jueves, 18 de abril de 2013

La luna.


Anticuados

Vengan chicos,
hay una hermosa Luna
esta noche.

Disfrutemos.
 

Me acuerdo cuánto le gustaba
observarla al abuelo.

Se sentaba conmigo
en la azotea
y la mirábamos.

Decía que la Luna
le despejaba la mente,
que le abría el alma,
que lo inspiraba.

Que era muy barata
porque es de todos,
pero tan cara
que nadie puede comprarla.

Una vez se le ocurrió que
aunque sin aroma ni espinas
la Luna podría ser una flor silvestre:
no había que cuidarla
porque se regaba y podaba sola
y era un buen regalo sólo encontrarla.

Su luz suave y delicada
no encandilaba,
nos acariciaba,
nos acompañaba,
nos acercaba.

Quizás sea un juego anticuado,
pero casi todos
los juegos anticuados
que conozco son eternos.

El abuelo ya no está
pero la Luna sí,
y ella me ayuda
a seguir recordando
mis juegos anticuados pero eternos.
 
                                                                                                 Pablo Mario Gambino

Ramón, el ratoncito motorizado.

El ratoncito motorizado.

HABÍA UNA VEZ un ratoncito muy chiquitito. Se llamaba Ramón y era blanco.
Todo blanco menos los ojos que eran rojos. La naricita redondita y los bigotes
muy cortitos. Era muy suavecito porque tenía todo el cuerpo cubierto de pelitos.
Como los ositos de juguete. Era muy bueno y quería mucho a su mamá y a su
papá y le gustaba mucho abrazarlos y cantarles: “Te quiero yo y tu a mí, somos
una familia feliz”. También les cantaba “Subo la escalera, bajo el tobogán...
Hola, ratoncito, qué tal, ¿cómo te va?”
Al ratoncito Ramón le gustaban las motos y sus abuelos le habían regalado una
para andar cerca de su casa.
La moto era amarilla y muy linda y Ramón la limpiaba con un trapo mojado si le
parecía que se había ensuciado.
Una tarde Ramón ya había vuelto del jardín y había dejado la campera sobre una
silla y la mochila sobre la mesa; la mamá le hizo una leche chocolatada calentita
porque Ramón tenía la nariz un poco fría. Ramón la tomó con muchas ganas y le
preguntó: -Mamá, ¿puedo jugar con la moto amarilla?
Y la mamá le contestó: -Sí, pero da vueltas alrededor de la casa porque tengo
que cocinar y no te puedo cuidar. No te caigas.
Entonces el ratoncito encendió la moto y empezó a andar despacio. Y la moto
hacía "ROARRRRR, ROARRRRR".
El ratoncito dio una, dos, tres, cuatro y cinco vueltas. Y tuvo ganas de comer
una galletita. Así que frenó la moto, la apagó y se bajó. Pero la moto seguía
haciendo "ROARRRRR, ROARRRRR".
Y Ramón pensó: -Esta moto está loca. Entonces se acercó a mirar para ver de
donde venía el ruido.
Y del asiento de la moto apareció el león diciendo:-“ROARRRRR, ROARRRRR”.
El ratoncito se asustó mucho y se cayó al piso del miedo. Se puso a llorar.
El león le dijo: -Perdoname, ratoncito, no te quería asustar. Estaba buscando
un chupetín atrás en la moto, me caí de cabeza, quedé atrapado y no podía
salir. Yo hacía "ROARRRRR, ROARRRRR" y vos no me oías porque era como
el ruido de la moto.
Entonces vino la mamá ratona y lo abrazó al ratoncito, y Ramón se quedó
tranquilo.
Y el ratoncito le dijo al león: -No lo hagas más porque me asusté mucho.
Y el león le dijo: -No te preocupés, ratoncito, no fue a propósito, no me voy
a caer otra vez.
Ramón se secó los mocos y dijo: -Bueno, ya está... Te perdono, pero no
me vayas a asustar otra vez porque no me gusta tener miedo.
Y la mamá ratona les dijo; - Vamos a casa a tomar la leche, que me parece
que los dos tienen hambre.
Y COLORÍN COLORA...DO, ESTE CUEN...TO, SE HA TERMINA...DO.