miércoles, 15 de mayo de 2013

Primer relato



                                 Primer relato
Para la gente del pueblo, yo era la recién llegada que sólo se dedicó a sacar provecho del doctor Ibáñez, mi marido. Sólo el médico cardiólogo y yo sabíamos que su corazón ya no aguantaría mucho tiempo más. Nos habíamos mudado a las montañas con la esperanza de alargar su vida. Hasta que un día ocurrió: quedé viuda.
Hubo un tiempo en que recibí visitas, pero no eran para mí; eran agradecimientos póstumos al doctor. Las sillas que se habían ocupado de un día para otro se vaciaron del mismo modo.
Me había preparado tanto para estar sola que no sentí dolor, sino una especie de liberación. Era mejor no pensar demasiado porque de todos modos estaba en una especie de shock.
El momento de vender la casa llegó, y entonces regresar a la ciudad. Pero me ofrecían muy poco, así que decidí quedarme hasta tener una oferta digna. 
Sin un marido a quien cuidar me encontré en ese pueblito aburrido por primera vez en la vida con todo el tiempo para mí y nadie más. Tenía una buena amiga, Florencia, en la ciudad, y nos visitábamos con frecuencia.
En mis frecuentes momentos libres empecé a hacer caminatas por la sierra. Tuve dolores en todo el cuerpo, hasta en músculos que no sabía que tenía, pero poco a poco me fui acostumbrando. Así pude ir gozando de los paisajes, sus plantas, piedras, olores y los animales que poblaban los senderos que tomaba.
Cerca de casa estaba el "Mirador". Dos grandes piedras marcaban la entrada. Por el sendero se seguía hasta el fondo estrecho, y luego la parte más solitaria, abrupta y sublime de la sierra: un balcón natural suspendido sobre el abismo. Era imposible no mirar hacia abajo. El fondo, a cien metros de profundidad, palpitaba e hipnotizaba al compás del Sol, moviéndose y cambiando de color según el viento. Las rocas erectas parecían dispararse al encuentro del observador desde el fondo desafiante, creciendo como flechas, con sus puntas desnudas y resplandecientes de luz. Era el lugar preferido de los suicidas de la zona.
Alguna gente afirmaba que existía una fuerza oculta, que no todos los que allí cayeron se habían tirado, sino que había una succión que producía un vacío hambriento de muerte.
Una antigua leyenda contaba que el último jefe indio que habitaba el lugar prefirió saltar del "Mirador" antes que resignar su orgullosa libertad a los conquistadores blancos. Nunca se pudieron encontrar sus restos. Desde ese entonces su espíritu quedó rondando el abismo desde donde se consigue víctimas para saciar su sed de venganza. 
Varias veces me asomé al "Mirador" y siempre he tenido la desagradable sensación de que hay algo por ahí. No es muy fácil de explicar. Es como esa tirantez en el aire que se siente cuando un perro echado nos mira y su deseo sería mordernos, pero no lo hace porque la correa que lo sujeta es corta.
Mientras hacía mis caminatas, se me ocurrió un hobbie: escribir. Cuando estuviera sola, en algún descanso de los que me tomara durante mis paseos. Simple pasatiempo. Sólo para mí, también se lo mostraría a Florencia, pero nada más. No quería otros lectores, y muchísimo menos críticos.
Un día que bajé a la ciudad a visitar a Florencia compré un "Querido Diario" de esos con candado, una biro roller y un resaltador del color amarillo flúo de las pelotitas de tenis.
Desde el día siguiente el "Mirador" se convirtió en mi exclusiva sala de literatura al aire libre. Bueno, menos los días de lluvia, por supuesto. La gran mayoría de los días eran diáfanos y el microclima era la más importante atracción turística. Eso sí: cuando llovía, diluviaba, aunque el cielo tenía la delicadeza de no amagar. Si se anunciaba tormenta, mejor resguardarse bajo techo.
Tenía tres elementos: tiempo libre, lugar y materiales. Faltaba el más importante y difícil de conseguir: la inspiración. Pero llegó rápidamente: mi criatura tendría rasgos de novelones de la radio, tele y cine, pero exagerados, más extravagantes, delirantes e increíbles que lo habitual.
Marcelina Saranes, abandonada por sus padres apenas nacida, fue recogida por un matrimonio rico, y así gozó de una infancia feliz hasta que sus padres adoptivos murieron en un accidente automovilístico. Marcelina heredó todo, pero debió ir a vivir hasta su mayoría de edad con su único abuelo sobreviviente. Su joven abuela adoptiva hizo de su vida un calvario. Todos estos sufrimientos y sinsabores gestaron en Marcelina el germen de una mujer caprichosa, perversa, vengativa, enferma de ambición, mala... un asco.
Ya mayor fue admirada tanto por su herencia, como por su belleza física: cabello castaño, ojos color del tiempo, hermoso rostro, alta y figura atlética. En sus viajes por el mundo frecuentó a los más conocidos personajes del jet-set, las mejores ropas, los mayores lujos, las mejores fiestas, notas en las revistas internacionales de moda, y hasta le dedicaron una línea de perfumes con su nombre.
También sufrió los más dolorosos desaires: le ofrecieron casamiento cinco o seis de los solteros más codiciados y codiciosos del mundo, pero ella los rechazó. Paradójicamente, el que ella consideró el mayor amor de su vida la ignoró en forma humillante...
Al principio gocé escribiendo y escuchando las risas y los comentarios que Florencia me hacía de mis delirios de la cada vez más resentida y menos creíble Marcelina Saranes y sus andanzas.
La historia fue volviéndose un eterno enredo de venganzas, y cada vez más desquiciada y estrambótica. Hasta que me empecé a aburrir de la Marcelina, no le encontraba cosas nuevas, matices, qué sé yo...
Recuerdo que por una o dos semanas no quise escribir, pero sentía una fuerza rara que me obligaba a ir al "Mirador" y seguir con mi rutina. Yo sólo ponía mi mano con la lapicera sobre el papel y los personajes tomaban vida por sí solos. En realidad tomaban muerte por sí solos, ya que la historia estaba ahora regada de sangre. Los enemigos de Marcelina iban muriendo uno a uno. Y yo terminaba por sentirme afectada por el vuelco tan tétrico de mi historia.
Hablé con Florencia, quien me sugirió que terminara con toda la historia de una vez por todas.
En definitiva, me cansé de Marcelina y tomé la decisión inapelable: eliminarla. En el "Mirador", la llevé hasta el borde del abismo mental y físico, y la hice terminar internada en una clínica de "descanso" como la que tenemos acá, en el pueblo. En la primera salida que pudo hacer, de paseo por los alrededores, tomó una dosis excesiva de anfetaminas, se mareó y cayó por el "Mirador", quien cumplió con su papel de paisaje y experto asesino.
Escribí la fecha, firmé, y como último toque de locura puse, en mayúsculas, bien grandes y con el resaltador amarillo flúo la palabra "FIN". Aún a pesar del acelerado final estaba satisfecha con mi primer relato, mi ópera prima.
Cerré el "Querido Diario", le puse candado, como era mi costumbre ritual, y suspiré complacida.
Pero al instante posterior sentí algo raro: angustia. No pude pensar demasiado porque entre los cerros vi que se acercaban nubes de tormenta, así que me apuré a levantar campamento y pude llegar a casa sana y salva.
La llave dio vuelta en la cerradura al mismo tiempo que cayeron las primeras gotas de una lluvia que enseguida se convirtió en diluvio.
Cuando dejó de llover, al día siguiente, Florencia me vino a visitar. Una vez sentadas me preguntó por mi libro.
-Todo solucionado- le dije.
Ella sacó un diario de su bolsa y me dijo:
-Escuchá esta noticia:
            EXTRAÑO SUICIDIO EN EL "MIRADOR"
Fue encontrado en el precipicio del "Mirador" el cadáver de una mujer, alta, de cabello castaño, veinticinco años, que se arrojódurante la tormenta de anoche. No se le encontraron nota de suicidio ni documentos. Nadie ha reclamado el cadáver. La policía está intrigada."
El comisario me comentó que la chica tenía unos increíbles ojos color del tiempo, que tenía encima una sobredosis de barbitúricos y que sobre la blusa blanca, en color amarillo subido, como de pelotas de tenis, tenía escrita la palabra "FIN"... Ey, ¿qué te pasa? Estás pálida, che... contestame...
No pude decirle nada. Desde ese momento estoy paralizada. Tengo mucho, muchísimo miedo de hablar, de abrir el "Querido Diario", de todo. No sé qué hacer...
                                                               ¿FIN?
                                                       
                                                                                          Pablo Mario Gambino

Astronomía


Cosas lindas de la vida.



Cosas lindas de la vida - Pablo Mario Gambino



No te encanta…
Ver un atardecer
Caminar en la lluvia
Irte sin saludar
Respirar aire puro
Romper la rutina
Mandar la dieta al cuerno
Reventar a un mosquito
Ir al baño con ganas

No te copa…
Ganar guita jugando
Estrenar ropa nueva
Chupar de más
Refundir a un fanfa
Viajar solo en el bondi
Que te hagan descuento
Escuchar viejos bodrios
Que al final gane Indiana Jones

No es hermoso…
Huevear un domingo
Ver a tus viejos dormidos
El desayuno el la cama
Que te guiñen el ojo

Soñar con la paz eterna en el mundo
Poder compartir sin tener que quitar
Vivir soñando
Soñar viviendo

Cosas lindas de la vida
Como estar con vos
Y eso sí
Es lo mejor


jueves, 18 de abril de 2013

La luna.


Anticuados

Vengan chicos,
hay una hermosa Luna
esta noche.

Disfrutemos.
 

Me acuerdo cuánto le gustaba
observarla al abuelo.

Se sentaba conmigo
en la azotea
y la mirábamos.

Decía que la Luna
le despejaba la mente,
que le abría el alma,
que lo inspiraba.

Que era muy barata
porque es de todos,
pero tan cara
que nadie puede comprarla.

Una vez se le ocurrió que
aunque sin aroma ni espinas
la Luna podría ser una flor silvestre:
no había que cuidarla
porque se regaba y podaba sola
y era un buen regalo sólo encontrarla.

Su luz suave y delicada
no encandilaba,
nos acariciaba,
nos acompañaba,
nos acercaba.

Quizás sea un juego anticuado,
pero casi todos
los juegos anticuados
que conozco son eternos.

El abuelo ya no está
pero la Luna sí,
y ella me ayuda
a seguir recordando
mis juegos anticuados pero eternos.
 
                                                                                                 Pablo Mario Gambino

Ramón, el ratoncito motorizado.

El ratoncito motorizado.

HABÍA UNA VEZ un ratoncito muy chiquitito. Se llamaba Ramón y era blanco.
Todo blanco menos los ojos que eran rojos. La naricita redondita y los bigotes
muy cortitos. Era muy suavecito porque tenía todo el cuerpo cubierto de pelitos.
Como los ositos de juguete. Era muy bueno y quería mucho a su mamá y a su
papá y le gustaba mucho abrazarlos y cantarles: “Te quiero yo y tu a mí, somos
una familia feliz”. También les cantaba “Subo la escalera, bajo el tobogán...
Hola, ratoncito, qué tal, ¿cómo te va?”
Al ratoncito Ramón le gustaban las motos y sus abuelos le habían regalado una
para andar cerca de su casa.
La moto era amarilla y muy linda y Ramón la limpiaba con un trapo mojado si le
parecía que se había ensuciado.
Una tarde Ramón ya había vuelto del jardín y había dejado la campera sobre una
silla y la mochila sobre la mesa; la mamá le hizo una leche chocolatada calentita
porque Ramón tenía la nariz un poco fría. Ramón la tomó con muchas ganas y le
preguntó: -Mamá, ¿puedo jugar con la moto amarilla?
Y la mamá le contestó: -Sí, pero da vueltas alrededor de la casa porque tengo
que cocinar y no te puedo cuidar. No te caigas.
Entonces el ratoncito encendió la moto y empezó a andar despacio. Y la moto
hacía "ROARRRRR, ROARRRRR".
El ratoncito dio una, dos, tres, cuatro y cinco vueltas. Y tuvo ganas de comer
una galletita. Así que frenó la moto, la apagó y se bajó. Pero la moto seguía
haciendo "ROARRRRR, ROARRRRR".
Y Ramón pensó: -Esta moto está loca. Entonces se acercó a mirar para ver de
donde venía el ruido.
Y del asiento de la moto apareció el león diciendo:-“ROARRRRR, ROARRRRR”.
El ratoncito se asustó mucho y se cayó al piso del miedo. Se puso a llorar.
El león le dijo: -Perdoname, ratoncito, no te quería asustar. Estaba buscando
un chupetín atrás en la moto, me caí de cabeza, quedé atrapado y no podía
salir. Yo hacía "ROARRRRR, ROARRRRR" y vos no me oías porque era como
el ruido de la moto.
Entonces vino la mamá ratona y lo abrazó al ratoncito, y Ramón se quedó
tranquilo.
Y el ratoncito le dijo al león: -No lo hagas más porque me asusté mucho.
Y el león le dijo: -No te preocupés, ratoncito, no fue a propósito, no me voy
a caer otra vez.
Ramón se secó los mocos y dijo: -Bueno, ya está... Te perdono, pero no
me vayas a asustar otra vez porque no me gusta tener miedo.
Y la mamá ratona les dijo; - Vamos a casa a tomar la leche, que me parece
que los dos tienen hambre.
Y COLORÍN COLORA...DO, ESTE CUEN...TO, SE HA TERMINA...DO.