Cuentos para Anita y los chicos.
viernes, 5 de julio de 2013
jueves, 4 de julio de 2013
miércoles, 15 de mayo de 2013
Primer relato
Primer relato
Para la gente del pueblo, yo era la recién llegada que sólo se
dedicó a sacar provecho del doctor Ibáñez, mi marido. Sólo el médico cardiólogo
y yo sabíamos que su corazón ya no aguantaría mucho tiempo más. Nos habíamos
mudado a las montañas con la esperanza de alargar su vida. Hasta que un día
ocurrió: quedé viuda.
Hubo un tiempo en que recibí visitas, pero no eran para mí; eran
agradecimientos póstumos al doctor. Las sillas que se habían ocupado de un día
para otro se vaciaron del mismo modo.
Me había preparado tanto para estar sola que no sentí dolor, sino
una especie de liberación. Era mejor no pensar demasiado porque de todos modos
estaba en una especie de shock.
El momento de vender la casa llegó, y entonces regresar a la ciudad.
Pero me ofrecían muy poco, así que decidí quedarme hasta tener una oferta
digna.
Sin un marido a quien cuidar me encontré en ese pueblito aburrido
por primera vez en la vida con todo el tiempo para mí y nadie más. Tenía una
buena amiga, Florencia, en la ciudad, y nos visitábamos con frecuencia.
En mis frecuentes momentos libres empecé a hacer caminatas por la
sierra. Tuve dolores en todo el cuerpo, hasta en músculos que no sabía que
tenía, pero poco a poco me fui acostumbrando. Así pude ir gozando de los
paisajes, sus plantas, piedras, olores y los animales que poblaban los senderos
que tomaba.
Cerca de casa estaba el "Mirador". Dos grandes piedras
marcaban la entrada. Por el sendero se seguía hasta el fondo estrecho, y luego
la parte más solitaria, abrupta y sublime de la sierra: un balcón natural
suspendido sobre el abismo. Era imposible no mirar hacia abajo. El fondo, a
cien metros de profundidad, palpitaba e hipnotizaba al compás del Sol,
moviéndose y cambiando de color según el viento. Las rocas erectas parecían
dispararse al encuentro del observador desde el fondo desafiante, creciendo
como flechas, con sus puntas desnudas y resplandecientes de luz. Era el lugar
preferido de los suicidas de la zona.
Alguna gente afirmaba que existía una fuerza oculta, que no todos
los que allí cayeron se habían tirado, sino que había una succión que producía
un vacío hambriento de muerte.
Una antigua leyenda contaba que el último jefe indio que habitaba el
lugar prefirió saltar del "Mirador" antes que resignar su orgullosa
libertad a los conquistadores blancos. Nunca se pudieron encontrar sus restos.
Desde ese entonces su espíritu quedó rondando el abismo desde donde se consigue
víctimas para saciar su sed de venganza.
Varias veces me asomé al "Mirador" y siempre he tenido la
desagradable sensación de que hay algo por ahí. No es muy fácil de explicar. Es
como esa tirantez en el aire que se siente cuando un perro echado nos mira y su
deseo sería mordernos, pero no lo hace porque la correa que lo sujeta es corta.
Mientras hacía mis caminatas, se me ocurrió un hobbie: escribir.
Cuando estuviera sola, en algún descanso de los que me tomara durante mis
paseos. Simple pasatiempo. Sólo para mí, también se lo mostraría a Florencia,
pero nada más. No quería otros lectores, y muchísimo menos críticos.
Un día que bajé a la ciudad a visitar a Florencia compré un
"Querido Diario" de esos con candado, una biro roller y un resaltador
del color amarillo flúo de las pelotitas de tenis.
Desde el día siguiente el "Mirador" se convirtió en mi
exclusiva sala de literatura al aire libre. Bueno, menos los días de lluvia,
por supuesto. La gran mayoría de los días eran diáfanos y el microclima era la
más importante atracción turística. Eso sí: cuando llovía, diluviaba, aunque el
cielo tenía la delicadeza de no amagar. Si se anunciaba tormenta, mejor
resguardarse bajo techo.
Tenía tres elementos: tiempo libre, lugar y materiales. Faltaba el
más importante y difícil de conseguir: la inspiración. Pero llegó rápidamente:
mi criatura tendría rasgos de novelones de la radio, tele y cine, pero
exagerados, más extravagantes, delirantes e increíbles que lo habitual.
Marcelina Saranes, abandonada por sus padres apenas nacida, fue
recogida por un matrimonio rico, y así gozó de una infancia feliz hasta que sus
padres adoptivos murieron en un accidente automovilístico. Marcelina heredó
todo, pero debió ir a vivir hasta su mayoría de edad con su único abuelo
sobreviviente. Su joven abuela adoptiva hizo de su vida un calvario. Todos
estos sufrimientos y sinsabores gestaron en Marcelina el germen de una mujer
caprichosa, perversa, vengativa, enferma de ambición, mala... un asco.
Ya mayor fue admirada tanto por su herencia, como por su belleza
física: cabello castaño, ojos color del tiempo, hermoso rostro, alta y figura
atlética. En sus viajes por el mundo frecuentó a los más conocidos personajes
del jet-set, las mejores ropas, los mayores lujos, las mejores fiestas, notas
en las revistas internacionales de moda, y hasta le dedicaron una línea de
perfumes con su nombre.
También sufrió los más dolorosos desaires: le ofrecieron casamiento
cinco o seis de los solteros más codiciados y codiciosos del mundo, pero ella
los rechazó. Paradójicamente, el que ella consideró el mayor amor de su vida la
ignoró en forma humillante...
Al principio gocé escribiendo y escuchando las risas y los
comentarios que Florencia me hacía de mis delirios de la cada vez más resentida
y menos creíble Marcelina Saranes y sus andanzas.
La historia fue volviéndose un eterno enredo de venganzas, y cada
vez más desquiciada y estrambótica. Hasta que me empecé a aburrir de la
Marcelina, no le encontraba cosas nuevas, matices, qué sé yo...
Recuerdo que por una o dos semanas no quise escribir, pero sentía
una fuerza rara que me obligaba a ir al "Mirador" y seguir con mi
rutina. Yo sólo ponía mi mano con la lapicera sobre el papel y los personajes
tomaban vida por sí solos. En realidad tomaban muerte por sí solos, ya que la
historia estaba ahora regada de sangre. Los enemigos de Marcelina iban muriendo
uno a uno. Y yo terminaba por sentirme afectada por el vuelco tan tétrico de mi
historia.
Hablé con Florencia, quien me sugirió que terminara con toda la
historia de una vez por todas.
En definitiva, me cansé de Marcelina y tomé la decisión inapelable:
eliminarla. En el "Mirador", la llevé hasta el borde del abismo
mental y físico, y la hice terminar internada en una clínica de
"descanso" como la que tenemos acá, en el pueblo. En la primera
salida que pudo hacer, de paseo por los alrededores, tomó una dosis excesiva de
anfetaminas, se mareó y cayó por el "Mirador", quien cumplió con su
papel de paisaje y experto asesino.
Escribí la fecha, firmé, y como último toque de locura puse, en
mayúsculas, bien grandes y con el resaltador amarillo flúo la palabra
"FIN". Aún a pesar del acelerado final estaba satisfecha con mi
primer relato, mi ópera prima.
Cerré el "Querido Diario", le puse candado, como era mi
costumbre ritual, y suspiré complacida.
Pero al instante posterior sentí algo raro: angustia. No pude pensar
demasiado porque entre los cerros vi que se acercaban nubes de tormenta, así
que me apuré a levantar campamento y pude llegar a casa sana y salva.
La llave dio vuelta en la cerradura al mismo tiempo que cayeron las
primeras gotas de una lluvia que enseguida se convirtió en diluvio.
Cuando dejó de llover, al día siguiente, Florencia me vino a
visitar. Una vez sentadas me preguntó por mi libro.
-Todo solucionado- le dije.
Ella sacó un diario de su bolsa y me dijo:
-Escuchá esta noticia:
EXTRAÑO
SUICIDIO EN EL "MIRADOR"
Fue encontrado en el precipicio del "Mirador" el
cadáver de una mujer, alta, de cabello castaño, veinticinco años, que se
arrojódurante la tormenta de anoche. No se le encontraron nota de suicidio ni documentos. Nadie ha reclamado el cadáver. La policía
está intrigada."
El comisario me comentó que la chica tenía unos increíbles
ojos color del tiempo, que tenía encima una sobredosis de barbitúricos y que
sobre la blusa blanca, en color amarillo subido, como de pelotas de
tenis, tenía escrita la palabra "FIN"... Ey, ¿qué te pasa? Estás
pálida, che... contestame...
No pude decirle nada. Desde ese momento estoy paralizada. Tengo
mucho, muchísimo miedo de hablar, de abrir el "Querido Diario", de
todo. No sé qué
hacer...
¿FIN?
Pablo Mario Gambino
Cosas lindas de la vida.
Cosas lindas
de la vida - Pablo Mario Gambino
No te
encanta…
Ver un
atardecer
Caminar
en la lluvia
Irte sin
saludar
Respirar
aire puro
Romper
la rutina
Mandar
la dieta al cuerno
Reventar
a un mosquito
Ir al
baño con ganas
No te
copa…
Ganar
guita jugando
Estrenar
ropa nueva
Chupar
de más
Refundir
a un fanfa
Viajar
solo en el bondi
Que te
hagan descuento
Escuchar
viejos bodrios
Que al
final gane Indiana Jones
No es
hermoso…
Huevear
un domingo
Ver a
tus viejos dormidos
El
desayuno el la cama
Que te
guiñen el ojo
Soñar
con la paz eterna en el mundo
Poder
compartir sin tener que quitar
Vivir
soñando
Soñar
viviendo
Cosas
lindas de la vida
Como
estar con vos
Y eso sí
Es lo
mejor
domingo, 12 de mayo de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)